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lunes, 13 de octubre de 2014

Diario de un peregrino 6: aPoyo

Monasterio de Iratxe-Los Arcos-Viana (37 km)

Al fin he podido descansar. Esta ha sido casi con toda seguridad la noche más reparadora del último mes.


Al pasar junto a la recepción del camping, siento como el dolor también hoy será compañero de Camino. 


Antes de empezar he de tomar una decisión ya que el camino se bifurca. Por un lado Villamayor de Monjardín, por el otro Luquín. Ambos desembocan en Los Arcos. La idea de atravesar el inmenso carrascal que veo desde aquí me seduce y decido volver medio kilómetro sobre mis pasos hasta el cruce por el que pasé ayer. Inicio el ascenso por el sendero que atraviesa el espeso bosque. La lluvia de la noche ha impregnado cada piedra y cada árbol de una humedad sofocante. Aunque sobre mi cabeza todavía pasan nubarrones, al fondo del valle, hacia dónde me dirijo, ha salido un sol radiante.


He recuperado el ritmo, incluso adelanto a ciertos peregrinos. Hoy ando ligero, pero tardaré en recuperar la marcha pues las heridas me acompañarán todavía un largo trecho en mi Camino. Las carracas son impresionantes, únicas gobernantes de toda la cara norte de la montaña.


Pum.. Pum.. Pum!!! Resuena el eco desde la espesura. Mis sentidos se ponen alerta, pues los tres tiros han sonado muy cerca. 50 metros más adelante, sobre un alto andamio, se encuentran dos tipos armados para asesinar al ave que estén esperando. Un centenar de metros recorridos por el camino cuando me cruzo con una decena de coches remolcando jaulas con ruedas dónde transportan a sus fieles canes. Supongo que también toca batida de jabalíes. Hoy el bosque llorará por el sacrificio de alguno de sus moradores que perderán la vida acribillados por los perdigones. Éste ya no es un sitio tranquilo. Sólo deseo atravesarlo cuanto antes, pero el tobillo me impide avanzas mas deprisa.


Alejado ya de la zona de peligro, ahora atravieso un pinar volviendo a armonizar mis sensaciones. Tras una cuesta y su antepuesta bajada me detengo en Luquín, para tomar un café y el ya tradicional pincho de tortilla. La camarera del bar Fermín me invita amablemente a probar su deliciosa leche frita. Un guiño más del Camino.

Todavía faltan 12 km hasta llegar a Los Arcos. Las pistas de tierra se hacen interminables entre terrenos repeinados por los arados de grandes tractores y cientos de miles de hileras de vid. El pie va a peor. Parece que de nuevo voy a tener que detenerme antes de lo previsto, el dolor aprieta y no puedo hacer nada.

Llegando al punto más alto de una prolongada cuesta observo como otro peregrino se ha detenido para quitarse el impermeable. Unos 10 metros antes decido hacer un alto para hacer lo mismo, beber un sorbo de agua y descansar la maldita pierna, justo en ese momento él prosigue su camino. A los 3 o 4 minutos reanudo la marcha cuando, al pasar justo por el punto dónde se encontraba el caminante, lo encuentro de pie. Aibá la hostia! Como dicen por aquí. El hombre se ha dejado su bastón clavado en el suelo. Lo recojo con la firme intención de devolvérselo a su propietario, pues el bastón bien lo merece. De madera natural, robusto y ligero, con el mango ergonómico y la punta de acero. Aprieto el paso, eso sí, hasta que se lo devuelva le voy a dar uso. Al iniciar la pista su descenso, queda ante mí una extensa llanura por la que discurre el camino, pudiendo ver hasta casi 1km de éste. No hay nadie. El hombre ha desaparecido. Es imposible recorrer ni tan siquiera la mitad de esa distancia en tan poco tiempo. No encuentro explicación, justo cuando más lo necesitaba, cuando mi cojera me impedía continuar, apareció mi apoyo de hoy (conozco un caso similar pero con una manta). Magia, destino, fantasía literaria o casualidad, crean lo que quieran, no les juzgaré.


Sigo mi Camino, ahora ya a mi velocidad habitual, con mi nuevo tesoro, a este paso voy a terminar siendo el más rico peregrino de todos los tiempos. 


Planean los milanos sobre los campos de cultivo al tiempo que a mi paso por unos matorrales observo como un pequeño topillo se escabulle entre la maleza. Corre, escóndete, le susurro como si éste pudiese entenderme. Y es que yo hablo mucho mientras ando, bueno, o canto o grito o rezo o maldigo en voz alta para que me oiga el mundo aunque éste parezca estar sordo.


Me aproximo a Los Arcos cuando me sorprendo a mí mismo adorando el palo que llevo en la mano, pues su apoyo me está llevando más lejos de lo que hubiese podido imaginar. Qué suerte más grande haberlo encontrado. Por un momento pienso en la posibilidad de que aparezca su dueño en la siguiente población y me planteo incluso cuánto sería capaz de pagar por él, pues ha estado conmigo y ya no quiero otro.


Es imprescindible que entréis en la iglesia de Los Arcos. Sus tallas son sublimes, un trabajo que parece casi divino aunque sea bien cierto que es obra del ser humano. Sentado en uno de los bancos en silencio, repican las campanas desde lo más alto del campanario y una profunda melodía resuena en el sagrado templo. El organista se ha puesto a tocar su colosal instrumento. Es la primera vez que puedo disfrutar de su melodía.

Como tenía previsto sigo adelante, siempre adelante. El propósito es comer en Sansol o Torres del Río. Cuando alcanzo el primero, el camino bordea al pueblo ofreciéndome un solo bar de carretera. En el segundo, varios son los restaurantes que ofrecen Menú del Peregrino. Menú del Peregrino, del fontanero o del escayolista porque para el bolsillo del Peregrino no es! Señores restauradores, llámenlo por su nombre, Menú del día, porque ni los productos son típicos de la tierra, ni los platos propios para seguir caminando, ni los precios para un peregrino. ¿O es que se creen ustedes, señores posaderos, que un plato de fabada y un filete con patatas fritas de bolsa valen 12€ y me van a permitir continuar? Pues no. Entiendo que para ustedes el Camino se haya convertido en un negocio pero cúrrenselo un poquito, un peregrino normal no puede permitirse un café sólo por 1,5€ o una Coca Cola por 2,2€. Señores de los bares sé que saben hacerlo mejor. Ahora me enfado y no como.

A la salida del pueblo encuentro un puesto autoservicio. Tú coges lo que quieres, pagas lo que vale, tú mismo te cobras, coges el cambio y sigues tu camino. Esto sí es el Espíritu.

Con mis viandas y mi bastón decido ir a comer a Poyo, un pequeño monasterio a 2km.


Terminado el tentempié, busco una papelera en que dejar los restos. Puesto que no la encuentro decido utilizar la bolsa que tengo vacía para recoger algo de basura del Camino. Sería vano y estéril quejarme sin intentar poner remedio y es que si algo no te gusta debes tratar de cambiarlo.

Ya diviso Viana a lo lejos. Un fuerte aguacero me refresca el cuerpo. La desgracia me permite ver una culebra de escalera (si no me equivoco).

A la entrada de la ciudad, un señor que se encontraba paseando me saluda amablemente y me informa de que su hija alquila habitaciones en su casa por 13€ la noche. Y como el Camino te habla y hay que atenderlo y todo eso, allá que voy.


Ana es una chica regordeta de unos 30 años que, recién salida de la ducha, me atiende en albornoz. Alquila las dos habitaciones que le sobran, legalmente, siempre que puede. Todo muy casero.


Tras la ducha de rigor, cojo mis llaves de mi casa de hoy y me voy a pasear por el pueblo. El turismo en solitario no resulta demasiado gratificante.

Otro bocata en el Hogar del Jubilado (al menos he aprendido a jugar al chinchón) y a mi cama de hoy. 

Dos días con el móvil desconectado, sin comunicarme con los míos, a excepción del blog, y ya me siento triste.


Con una cosa me voy a dormir, hoy he encontrado el apoyo para salvar mis lesiones y no lo perderé hasta el final del Camino.


Existen personas que, al igual que el olivo, deben ser vareadas para que den su fruto.

En el Camino nunca hay silencio pues éste siempre te habla.


.Jose Alemany

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