jueves, 9 de abril de 2015

La botánica como protagonista caminando hacia donde nace el Mundo

Día 3) 11 de marzo

La botánica es la protagonista en el último día de nuestra estancia en Riópar gracias a un recorrido guiado por uno de los parajes más espectaculares de toda la región.

Salimos temprano esa mañana desde La Dehesa rumbo al nacimiento de Los Chorros. Desde Lugar nuevo transitamos el camino que discurre paralelo al Arroyo Salado, tributario del Río Mundo. En su confluencia, a la sombra de una gran carrasca, hacemos la primera parada. Allí Marta y Pilar nos ilustran sobre el enclave en el que nos vamos a adentrar, su singularidad (debida en gran medida a sus peculiares características orográficas, geobotánicas y geológicas) y su excepcional estado de conservación.

El recorrido a partir de ese momento nos sumerge en un bosque umbroso en contacto constante con el río, donde la presencia de especies de corología eurosiberiana nos confirman la importancia del lugar como albergue de especies que tienen aquí uno de sus últimos refugios meridionales. Tenemos la suerte de ver algunas de ellas en flor, como la fotogénica primavera, el heléboro fétido o las hepáticas, en un recorrido en el que abundan los helechos, clemátides, acebos y laureolas cobijadas sobre un pinar denso de Pinus nigra en el que se intuyen, aún sin hoja, fresnos, avellanos, arces y serbales. Nos sorprende mucho la presencia de Sanicula europea, planta muy esciófila propia de los hayedos norteños y que no imaginábamos que pudiera encontrarse tan al sur.


La ruta finaliza en el impresionante paredón de Los Chorros. Los escarpes permanentemente húmedos de esta espectacular pared son el hogar de la que probablemente sea la planta más emblemática de la zona, la grasilla del río Mundo. Efectivamente, Pinguicula mundi es una especie de distribución muy restringida que, dado que vive en medios muy pobres en nutrientes como el resto de sus congéneres, se sirve de sus hojas pegajosas para atrapar insectos y disolverlos con los enzimas digestivos de sus glándulas foliares.

En definitiva, ocho kilómetros muy bien andados en un trayecto precioso y lleno de sorpresas agradables. ¡Hay que volver!


P.D. Vaya desde aquí nuestra gratitud a Jorge, Marta, Pilar, y en general a todo el CEA La Dehesa, por su hospitalidad y por hacernos sentir en todo momento como en casa.


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