miércoles, 18 de diciembre de 2013

Vias pecuarias y patrimonio histórico cultural - 2




El grupo pastoril se presenta como grupo diferenciado, bastante cerrado en sí mismo. La tendencia endogámica es muestra palpable de ello. De la organización socioeconómica del grupo pastoril, así como de las pautas que rigen su sistema productivo, derivan una serie de rasgos peculiares, manifiestos en las relaciones sociales, en las actuaciones consuetudinarias, en las creencias y comportamientos grupales. De su identidad colectiva como grupo cohesionado arranca su especificidad sociocultural. Los pastores son poseedores de un código cultu­ral propio cuyas claves procuramos presentar aquí.
Lo primero que se percibe es que el ganado constituye el centro básico de sus intereses. El pastoreo del ganado conforma toda una línea estilística de vivir, sentir y pensar. En el cen­tro de esa particular cosmovisión emerge el ganado como protagonista indiscutido, razón últi­ma que fundamenta la tipología vital de los pastores. Entre el pastor y su ganado surgen unas relaciones simbióticas. El pastor conoce a todas y cada una de las reses que integran su rebaño, sabe describirías “por pelos y señales”, les adjudica un nombre, humanizado casi siempre. Por su parte, el ganado reconoce y obedece a quien lo pastorea.
Es la pastoril una cultura ecológica fuertemente ligada al medio físico de la dehesa, don­de se desenvuelve la actividad pecuaria. Exhiben los ganaderos un conocimiento riguroso del relieve de la dehesa. Y de la flora y fauna, sobre la que desarrollan una visión interesada en función del beneficio o perjuicio que le proporciona. El tiempo no lo miden de forma convencional, sino que se rigen por los astros. Los cambios climáticos alcanzan un gran relieve en la mentalidad pastoril, pues en definitiva son los que determinan los movimientos por cañadas y cordeles,
El pastor adapta sus creencias religiosas a las necesidades de su medio ganadero. Tienen su propio devocionario pastoril, en el que están presentes nombres de santos vinculados a las fechas ritualizadas del calendario trashumante: San Juan, San Miguel, etc. Tampoco faltan ad­vocaciones protectoras del ganado (San Antón, San Antonio de Padua.), cristos y vírgenes famosos (Nuestra Señora de Guadalupe) o que ejercen patronazgo en lugares donde son oriundos los pastores. En su devocionario ocupan un lugar muy especial aquellas advocaciones que se relacionan con sus preocupaciones más hondas. Así, para protegerse del mal de la rabia canina, los pastores castellanos, leoneses y extremeños han recurrido a una devoción mariana, Nuestra Señora de Valdejimena, “abogada contra la rabia”, que tiene su santuario en tierras salmantinas, Horcajo Medianero.
Numerosas supersticiones invaden el mundo de las creencias pastoriles. De supersticio­sas se debe calificar la mayor parte de las prácticas curativas, basadas muchas de ellas en la cruz cristiana y su poder simbólico. Una cruz cristiana en la puerta del chozo protege de los malos espíritus. La llamada “piedra del rayo” salvaguarda en las tormentas. Y una cabra absolutamente negra se convierte en el totem de la piara.
El vocabulario pastoril es de una riqueza llamativa. Emplea centenares de términos que describen el ganado en atención al pelo, las formas de las ubres, de los cuernos, el temperamento de los animales, las enfermedades de vacas, ovejas y cabras. Otorgan un nombre a cada tipo de hierba y a cada accidente del relieve adehesado. Estas riquísimas terminologías em­pleadas por los pastores se caracterizan por la antigüedad de muchas de las voces. Los abun­dantes arcaísmos así lo corroboran.
Poseen los pastores una cultura material con sello propio, surgida y adaptada a sus necesidades. Un rasgo importante que la singulariza consiste en ser un producto condicionado por el entorno, del que obtienen la materia prima casi en exclusividad. Emplean materiales que se hallan copiosamente en las dehesas: piedras, troncos y palos, pajas, hierbas, etc. Con tan sen­cillos elementos naturales componen una cultura material original, de reproducción de mode­los tradicionales casi siempre.
Es legitimo referirse a una “arquitectura pastoril”, de primitivo diseño circular, lo que la emparenta con las culturas castreñas. La tendencia autárquica, en parte, de su sistema productivo les llevó a confeccionarse en otros tiempos sus propias ropas de pie a les, su impedita (zahones, colodras, morrales, abarcas, etc.).
Su cultura objetual ha originado toda una industria pastoril de carácter funcional y diseño utilitario. Tres son los materiales más empleados: madera, asta y hueso. Cucharas, cuencos, cayadas, flautas, castañuelas y un sin fin de objetos más han salido de los árboles cercanos a las majadas. Las astas del vacuno les han servido para confeccionar recipientes diversos, como liaros, polveras, cuernas y otras varias clases de colodras. Con los huesos de los animales preparan los punzones y las largas agujas para prender las mantas de agua.
En las colodras han exhibido su habilidad artística algunos pastores, adornándolas con incisiones a punta de lezna o navaja. Realizan sobre el asta o madera figuras y objetos de ingenuo esquematismo que tiene como referente, por lo general, la flora y fauna del entorno adehesado. Una expresión más de las hondas relaciones ecológicas que mantiene la cultura pastoril con el medio natural en el que se desarrolla.
En el ciclo festivo de invierno han quedado sedimentadas influencias de la cultura pasto­ril, protagonista indiscutible de muchos rituales que han prevalecido en distintas regiones, en los que el elemento animalizado está presente: botargas, zamarrones, máscaras precarnavales­cas, disfraces con pieles de cabra y ovejas, etc., esparcidos por este país que, dicen, tiene for­ma de piel de toro. Un utensilio ganadero el campanillo o cencerro, ha servido para diversos ritos festivos y de fecundidad. Pero también para sancionar el comportamiento moral de los miembros de las comunidades ganaderas a través de las “cencerradas”, que aun se practican en diversas poblaciones con aquellos viudos o viudas que contraen segundas nupcias.
Pero a esto hay que añadir que muchas vías pecuarias contienen bajo sus entrañas impor­tantes yacimientos arqueo - paleontológicos, y otras tantas, importantes tramos de Calzadas Romanas que han llegado a duras penas hasta nuestros días (como por ejemplo la existente la Cañada Real Leonesa Occidental en su subida al puerto del Pico), y por último, en los alrededores de muchas de ellas se agolpan elementos histórico - artísticos de interés (ermitas, casti­llos, monasterios, palacios, canales históricos, etc.).
Santiago Bayón Vera

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