sábado, 16 de diciembre de 2017

Paisaje humanizado tradicional

El paisaje del Parque Nacional y de su entorno ha experimentado la incipiente acción modeladora de los seres humanos que lo han habitado en los últimos milenios, como mínimo desde el Neolítico (la cámara sepulcral del dolmen de Tella así lo testimonia), aunque es desde la Edad Media cuando empieza a asentarse un modelo de ordenación, gestión y explotación del territorio que perdurará hasta el éxodo y crisis rural de la segunda mitad del siglo XX, o hasta nuestros días en aquellos municipios que no han sufrido la total despoblación.


Cada rincón del Parque es el resultado de la acción minuciosa y constante de generaciones de montañeses, consiguiendo un equilibrio entre hombre y naturaleza que es el principal valor y belleza de estos paisajes. La lectura del paisaje nos relata los usos del suelo, los sistemas de cultivo en pendiente, el manejo del ganado, las formas de propiedad comunales, vecinales o particulares.. Y es que debemos hablar de una economía tradicional de las montañas pirenaicas, común a grandes rasgos, en todos los valles. Una economía basada en la ganadería de los ovinos trashumantes, en la agricultura destinada al autoconsumo y en una serie de actividades artesanales que manufacturaban las materias primas que podían obtenerse del entorno o de las actividades agropecuarias.

                          Tella                                  Foto: miradoresdeordesa.com

Aunque con una menor importancia económica que la ganadería, pero sí con una gran impronta sobre el paisaje, podemos hablar de la agricultura. Los prados de siega los podemos comentar como una agricultura destinada a la ganadería. Además, en el entorno del Parque se establecieron, por una parte, las articas o el artigueo, un cultivo temporal que roturaba eriales, pastizales o bosques comunales, en los momentos de mayor presión demográfica de los pueblos montañeses.

Al cesar la actividad, muchas de las articas son recolonizadas rápidamente por la vegetación espontánea. Por otra parte estaban y están los campos permanentes en las laderas, estructurando las vertientes en una sucesión de terrazas, fajas o escalones que permiten una superficie plana que cultivar (a veces las fajas son sumamente estrechas). Son los bancales (sostenidos con muretes de piedra seca que requerían grandes esfuerzos de mantenimiento) o las espuenas (con talud de tierra o hierba entre campo y campo, donde la erosión no hacía peligrar el laboreo). Todas estas parcelas estaban dedicadas fundamentalmente al cereal: trigo en las proximidades de los pueblos y hasta 1400-1500 m. de altitud, y centeno: el cereal de altura para los campos o panares situados a mayor altitud.

 Terrazas                                                 Foto:  mppm.org

Algunas edificaciones como las masadas y pardinas servían no sólo para guardar el grano tras la trilla, sino también como vivienda temporal de las familias que iban a cosechar a los campos más alejados de los pueblos (misión que a veces también cumplían las bordas en alta montaña). Este paisaje trepando por las vertientes es especialmente significativo en los pueblos de Ballibió: en Puértolas, Bestué (foto anterior), Escuaín, Tella o Torla. El panorama agrícola quedará completado con pequeños hortales próximos a las casas o a las fuentes y barrancos de los pueblos, que proporcionaban verduras y productos frescos para el autoconsumo.
                     
                     

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